Para los pueblos mesoamericanos, algunos alimentos llegaron a tener una gran relevancia, debido a la relación que ellos les concedían con sus deidades. Así, el maíz y el amaranto eran empleados en numerosos platillos de carácter ritual, como el pozole o los tamales, comúnmente aderezados con carne humana proveniente de sacrificios, así como dulces de amaranto con miel y sangre.
Considerado como pieza de gran valor en el mundo prehispánico, este grano fue empleado durante siglos como alimento energetizante para los guerreros y bebida de altos dignatarios. Tras la Colonia, y como producto de una interesante fusión de técnicas americanas y europeas, se transformaría en la materia prima para el chocolate.
Con la llegada de los misioneros provenientes de España, las vides llegaron a las áridas tierras del norte del País. Frailes y curas jesuitas inculcaron su cultivo y cuidado en las misiones establecidas en Nueva Vizcaya y Nueva Extremadura, hoy Chihuahua, Coahuila, Sonora y California.
Se aplica en: Vinicultura
Introducido en Europa por los árabes, el proceso de destilación reformó de manera contundente la preparación de bebidas en el País. Inculcado por las órdenes religiosas que llevaron a la evangelización por todo el territorio nacional, transformaron productos como magueyes, agaves, caña de azúcar y otros granos, en potentes bebidas que se fusionaron con la tradición culinaria local.
La rica tradición culinaria de los monasterios cambió por completo el panorama gastronómico del País. Especias traídas de Oriente, postres con raíces árabes y sunutuosos platillos europeos se mezclaron con los ingredientes nacionales, dando origen a la auténtica cocina mexicana, producto de la mezcla de distintas tradiciones culturales. Ejemplos de ello son platos como el mole poblano, la capirotada o los chiles en nogada.
Diez años después de finalizada la lucha por la Independencia, apareció el primer ejemplar dedicado a la cocina nacional. Se trata de un par de compendios inspirados en la tradición francesa, titulados Arte novísimo de la cocina y Nuevo cocinero mexicano en forma de diccionario, publicaciones que, más tarde, darían pie a intentos más maduros de codificar y estandarizar las gastronomías de las distintas regiones del País. Esto permitió conservar muchas de las recetas de la época, consideradas base de la cocina actual.
La admiración que Porfirio Díaz sentía por Europa tuvo una repercusión evidente en la gastronomía nacional. Técnicas y formas de servicio importadas de Francia se incorporaron a la cocina mexicana, que se enriqueció con platillos que destacan por su delicadeza y el empleo de ingredientes locales para su producción. Destaca también la introducción de chefs en las cocinas, coto tradicionalmente ocupado por mayoras y cocineras.
Este conflicto bélico permitió la difusión a nivel nacional de distintos platillos regionales, especialmente aquellos cuya base eran las tortillas. Y es que sopes, tacos, quesadillas y otras delicias eran fáciles de preparar, degustar y no requerían grandes recursos para realizarse, por lo que fueron ideales para la alimentación de las tropas que se confrontaron durante la época.
Las grandes vanguardias culinarias, provenientes tanto de Europa como de Estados Unidos, tuvieron un profundo impacto en jóvenes cocineros que retomaron las enseñanzas de chefs como Michel Bras, Ferran Adrià o Juan Mari Arzak para aplicarlas sobre platillos mexicanos. Así, aires, deconstrucciones y otras técnicas propias de la cocina tecnoemocional se emplearon para sofisticar la riqueza gastronómica nacional.
El reconocimiento de la cocina mexicana como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por parte de la UNESCO, significó un impulso para los productores y cocineros tradicionales, cuyas preparaciones rápidamente se convirtieron en la nueva vanguardia culinaria local. Preparaciones con arraigo secular en las distintas regiones del País, además de rescate de ingredientes en desuso y recuperación de métodos de producción clásicos acompañan .
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José Arrieta
Diseño:
María Palacios
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México, 2012
Cocina Revolucionaria